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Columnas

Vulnerabilidad social en tiempos de crisis.

Por Luis Kohle, Académico de la Escuela de Publicidad UDP.

Las sociedades actuales parecen construirse bajo el paradigma del crecimiento constante; del crecimiento personal y del crecimiento social, nótese que la palabra escogida es crecimiento y no desarrollo, que tal como la pandemia pareciera demostrar son términos que se encuentran relacionados pero muy distantes y la suma del primero, no entrega como resultante el segundo.

Hablamos de crecimiento y no de desarrollo porque el PIB, “indicador cuantitativo del crecimiento de las cosas”, con sus ciclos tan característicos tiende a mantenerse en valores positivos, mientras otros indicadores como el GINI, índice que nos da cuenta de la desigualdad en la repartición de la riqueza (valor cero indica igualdad absoluta, valor cien indica desigualdad absoluta), nos mantiene como uno de los doce países con más desafíos en esta variable. Aunque desde el regreso a la democracia este indicador muestra una tendencia favorable, sigue dando cuenta de una muy desigual distribución de la riqueza.

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Socialmente nos hemos inoculado la idea de mejorar constantemente en ingresos y con ello el acceso a bienes y servicios. Nuestros hijos deben conseguir más cosas que aquellas que conseguimos y nosotros más que aquellas que consiguieron nuestros padres.

Mal utilizando a Maslow, cada uno debe avanzar en los escalones de la pirámide y dejar a su descendencia escalones más arribas que aquellos que nos fueron heredados. Nuestra vocación es la de ganadores, aunque Aute se muestre en desacuerdo.

¿Pero qué sucede cuando nos vemos obligados a bajar en la pirámide y en vez de fijar nuestros objetivos en el peldaño siguiente, al menos en las herramientas que nos permitan alzar la mirada a ese punto, debemos empezar, de reojo, a cuidar la caída para que esta sea lo menos traumática posible?. Situaciones personales pueden impedir el avance, hacernos tambalear o caer, un evento de salud, desempleo, el divorcio. Todas ellas hacen que sostener la marcha se haga difícil, aunque trabajemos dieciséis horas diarias y bajo el pretexto de dedicación al trabajo nos pongamos como meta la auto-explotación.

Pero no solo somos vulnerables a vicisitudes personales, somos aún más vulnerables, porque las redes que nos podían sostener se comienzan a resquebrajar, a los eventos sociales, y el impacto de los eventos negativos es mucho más profundo que el de los positivos – (recuerde el índice Gini) -, pero… ¿no son las crisis las que permiten crear grandes fortunas? Sí, así es, si acaso se cuenta con el capital necesario para invertir asumiendo el riesgo y esperando el retorno a mediano / largo plazo.

Si hubiese comprado acciones de LATAM el día que se acogió a la quiebra en Estados Unidos hubiese adquirido cada titulo a 1,68 dólares. El día que escribo esto el precio llega a 3,21, es decir, ya hubiese rentado 91% sobre su inversión inicial. Su riqueza hubiese aumentado al doble. Y mientras unos pudieron enriquecerse a través de la especulación financiera, al 05 de junio la empresa totalizaba 4 mil trabajadores desvinculados.

UBER por su parte ha mantenido un valor accionario relativamente estable desde el 22 de mayo cuando desvinculó a 3.500 colaboradores en una videollamada de 3 minutos y el 06 de julio anunció la adquisición de Postmates, empresa de delivery de alimentos por 2.650 millones de dólares. Una paradoja que debe resultar algo inexplicable para quienes han perdido el empleo en un momento muy difícil de la historia contemporánea.

La realidad nos muestra, de acuerdo con cifras del Banco Central de abril de este año, que los hogares chilenos se encuentran endeudados en 75% de sus ingresos, una estructura de financiamiento que no permite ahorrar, mucho menos invertir. Las crisis, sean terremotos, recesiones o pandemias, no presentan una oportunidad de enriquecimiento, al menos no para quienes construyen ese 75%, sino más bien se transforman en una preocupante amenaza de empobrecimiento. El desempleo alcanza un alarmante 11% en el último período medido, según las estadísticas oficiales.

El modelo basado en el éxito, en alcanzar ese escalón de la auto realización es un espejismo, tal como los oasis en medio del desierto. Un espejismo fundado sobre deuda, sobre consumo presente con altos costos futuros, y el costo del endeudamiento no es homogéneo.

Los seres humanos basamos típicamente nuestras conductas y no solo de consumo, en la satisfacción presente, pero cuando el ingreso del 50% de la población es menor a 500 mil pesos (centro de microdatos Universidad de Chile) vemos a una familia de cuatro personas que con ese ingreso se sitúa solo 50 mil pesos sobre la línea de la pobreza, el endeudamiento entonces tiene que ver con resolver cuestiones esenciales, y por lo tanto exige una mirada ética sobre la forma en que se regula y promociona.

No es posible una sociedad funcional cuando la disparidad de ingresos asoma de forma tan despiadada.

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Al finalizar, una reflexión necesaria; “concebir las necesidades tan solo como carencia implica restringir su espectro a lo puramente fisiológico, que es el ámbito en que una necesidad asume con mayor fuerza y claridad la sensación de falta algo.” Sin embargo, en la medida que las necesidades comprometen, motivan y movilizan a las personas, son también potencialidad, y más aún, pueden llegar a ser recursos. La necesidad de participar es potencial de participación, tal como la necesidad de afecto, es potencial de afecto.

Comprender las necesidades como carencia y potencia, y comprender al ser humano en función de ellas así entendidas, previene contra toda reducción del ser humano a la categoría de existencia cerrada”. (Manfred Max-Neef; Desarrollo a Escala Humana)